Las benzodiacepinas (las más habituales son diazepam, lorazepam, alprazolam, lormetazepam y clonazepam) son medicamentos diseñados para disminuir la ansiedad puntualmente, y de indudable eficacia y utilidad; cuando ésta se dispara es útil disponer de un remedio de “emergencia”. Pero siempre debieran ser una muleta que se utiliza mientras entrenamos nuestro sistema nervioso, aprendiendo a activar la respuesta parasimpática, mientras descubrimos el origen de la angustia y lo que la mantiene, hasta recuperar el equilibrio.
Los ansiolíticos no curan, no deben usarse como remedio cotidiano. Cualquier profesional lo sabe, y no hay más que leerse las indicaciones de los prospectos. Pero aún así se recetan para uso continuado. Y ésto genera dependencia, tolerancia, pérdida de efecto, incluso efectos paradójicos (que el propio ansiolítico provoque ansiedad) Y en ancianos no son recomendables, pues pueden tener efectos como debilidad muscular, ataxia, sedación y alteraciones de la memoria, problemas cognitivos e incluso riesgo de demencia.
Y existen alternativas accesibles, técnicas de relajación que enseñadas adecuadamente (siempre hay herramientas mejores que otras) nos ayudan a manejar nuestras respuestas nerviosas devolviendo el equilibrio a nuestra vida, sin efectos secundarios (más bien sí, multitud de efectos psicofísicos beneficiosos)
Tras más de 25 años enseñando herramientas de relajación del sistema nervioso (en consulta individual y en talleres grupales), la experiencia me dice que es posible para la mayor parte de la gente aprender a controlar su angustia y encontrar de verdad calidad de vida sin dependencia de fármacos.
Es una lástima que se conozca y utilice tan poco una herramienta que ha demostrado hace mucho tiempo ser útil para resolver un auténtico problema de salud pública.